Ven, Sígueme con Pepe Valle | Mateo 15–17; Marcos 7–9 | Tú eres el Cristo

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¿No es extraño que los fariseos y los saduceos exigieran que Jesús les mostrase “una señal del cielo”? ¿No eran suficientes Sus muchos y bien conocidos milagros? ¿Qué decir de Sus poderosas enseñanzas o de las numerosas formas en que Él había cumplido las antiguas profecías? El requerimiento de los fariseos no estaba motivado por la falta de señales sino por su falta de voluntad para “discernir [las señales]” y aceptarlas (véase Mateo 16:1–4).

Pedro, al igual que los fariseos y los saduceos, fue testigo de los milagros del Salvador y escuchó Sus enseñanzas. No obstante, el testimonio definitivo de Pedro: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!” no provino de sus sentidos físicos; no vino de su “carne ni sangre”; su testimonio le fue revelado por nuestro “Padre que está en los cielos”. La revelación es la roca sobre la cual el Salvador edificó Su Iglesia, entonces y ahora: la revelación del cielo a Sus siervos; y tal es la roca sobre la cual podemos edificar nuestro discipulado, la revelación de que Jesús es el Cristo y que Sus siervos poseen “las llaves del reino”. Cuando estamos edificados sobre ese fundamento, “las puertas del infierno no prevalecerán contra [nosotros]” (Mateo 16:15–19).

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